Comentario
Los territorios existentes al norte de México, que integran hoy gran parte de los Estados Unidos, fueron igualmente objetivo de varias expediciones conquistadoras. Fracasaron todas ellas, por lo que comúnmente se consideran simples exploraciones. En realidad, las abandonaron los españoles por no encontrar allí concentraciones notables de indígenas, ni riquezas apreciables.
El primer intento de la época imperial (ya mencionamos la expedición de Ponce de León a la Florida), fue el de Lucas Vázquez de Ayllón, quien había recibido informes fantásticos sobre la riqueza perlífera de Chicora (procedían de un indígena capturado por un viaje descubridor realizado en 1521 por Gordillo y Quexos): un territorio existente en lo que hoy es Carolina del Sur. Ayllón, oidor de Santo Domingo, firmó una capitulación en 1523 para realizar descubrimientos -justificó el intento de hallar un estrecho en la costa norteamericana-, pero preparó una verdadera empresa conquistadora, ya que salió de Santo Domingo (1526) con 500 hombres, 80 o 90 caballos y seis naves. Con menores fuerzas Cortés había emprendido la conquista de México. Ayllón desembarcó en Chicora, halló algún aljófar pero nada de perlas y, finalmente, fundó una población llamada San Miguel de Guadalupe, que no tuvo apenas vida. Ayllón murió a poco y sus hombres regresaron a Santo Domingo.
Pánfilo de Narváez fue el siguiente. Capituló la conquista de Florida (entre el río de las Palmas y Florida) y zarpó de Sanlúcar de Barrameda, en 1527, con otra gran fuerza: más de 600 hombres y cinco naves. Recaló en Santo Domingo para completar su hueste y se dirigió luego a su objetivo. Un huracán desmanteló su flotilla, llegando a Tampa (Florida) sólo unos 300 hombres. Allí, decidió que los maltrechos navíos que aún le quedaba siguieran por la costa en busca de un puerto, mientras la tropa se internaba hacia un lugar llamado Apalachee (cerca de la actual Tallahasee) donde los indios aseguraban que había oro. Ni los navíos encontraron puerto, por lo que siguieron hasta México, ni la tropa oro, por lo que volvió a la costa. Los 252 supervivientes construyeron cinco rústicos bergantines, con los cuales navegaron hacia la desembocadura del Mississippi. Nuevos temporales hicieron zozobrar las naves, muriendo casi todos sus tripulantes, Narváez entre ellos. Quedaron únicamente 15 hombres, que arribaron a la costa próxima al actual Galvestown. Allí murieron todos a manos de los indios, excepto cinco: Cabeza de Vaca, Maldonado, Alonso del Castillo, Andrés Dorantes y el negro Estebanico. Los cinco emprendieron el viaje a México atravesando Texas y Coahuila. Al cabo de ocho años, encontraron en Sonora a los españoles. Durante este tiempo habían sido esclavos, curanderos y comerciantes. Entraron en San Miguel de Culiacán el 1 de mayo de 1536. Una vez en México, contaron fantasías sobre supuestas riquezas en las tierras que habían atravesado, lo que animó al virrey a enviar a Niza.
Fray Marcos de Niza, antiguo capellán de la conquista del Perú y radicado en México, creyó en el mito de las Siete Ciudades de Cibola, creado por el relato un indio mexicano que dijo haber visto de niño siete ciudades con casas de techos de oro y paredes de turquesa en el norte de Nueva España. El virrey Mendoza le confió su descubrimiento, junto con el hallazgo de un estrecho interoceánico que podía estar por allí. Fray Marcos fue acompañado por el hermano Honorato, por varios indios Pimas y por el negro Estebanico, antiguo compañero de Cabeza de Vaca. Los descubridores partieron de San Miguel de Culuacán el 7 de marzo de 1539. Al llegar a Petatean, enfermó el hermano Honorato y hubo que dejarle allí. Luego, fray Marcos decidió quedarse en Vacapa para averiguar con los indios los secretos de la tierra. Mandó seguir adelante a Estebanico con orden de recorrer unas 50 ó 60 leguas y detenerse si encontraba alguna población importante. En tal caso, debía enviar con algún indio una cruz de un palmo si se trataba de un pueblo apreciable, de dos palmos si era grande y de mayor tamaño, si fuese mejor que los de Nueva España. Fray Marcos se quedó asombrado cuando semanas después llegó un indio con una cruz enorme y le dijo que Estebanico estaba en la primera de las siete ciudades de Cibola, que distaba unas 30 jornadas de allí. El franciscano se puso en marcha inmediatamente y por el camino fue recogiendo toda clase de informes fantásticos: que las ciudades de Cibola tenían efectivamente casas con techos de oro, que sus habitantes se vestían con camisas de algodón ceñidas con cintas de turquesas, etc. El franciscano alcanzó el sur de Arizona y entró en Nuevo México, atravesando enormes desiertos. Finalmente, halló uno de los Pimas que acompañaron a Estebanico, que le contó la prisión y ajusticiamiento del negro por el rey de una de las ciudades de Cibola. No se desanimó por ello y siguió adelante hasta llegar a las proximidades de la primera de dichas ciudades. La contempló desde un alto, sin atreverse a entrar en ella por temor a que se perdiese la noticia de tan extraordinario descubrimiento. Según su relato: "son las casas por la manera que los indios me dijeron, todas de piedra, con sus sobrados y azuteas... La población es mayor que la ciudad de México". Se trataba de un espejismo, indudablemente, pues lo que al franciscano le parecía más grande que la capital de México no era sino un pequeño y miserable poblado Zuñi situado al oeste de Nuevo México. Las paredes de adobe amarillento de las casas reflejaban al sol, quizá como si fueran planchas de oro, sobre todo vistas de lejos. Tras bautizar el lugar como Nuevo Reino de San Francisco volvió a México contando maravillas de tales ciudades.
Para comprobar sus informes y tomar posesión del territorio, el virrey Mendoza envió una gran expedición bajo el mando del gobernador de Nueva Galicia, Francisco Vázquez de Coronado. La integraban 300 españoles y 800 indios, entre los que se encontraban los guías de Fray Marcos. Coronado partió de Santiago de Compostela en febrero de 1540 y recorrió Arizona y Nuevo México, alcanzando las ciudades de Cibola, donde comprobó que eran pobres poblados de 50 a 200 casas y que "éstas son de dos e tres altos, las paredes de piedra e lodo, y algunas de tapias". Eran las famosas viviendas de los indios Pueblo. Desde allí envió a explorar a Melchor Díaz, que llegó por la costa del golfo hasta el río Colorado y a García López de Cárdenas, que recorrió el oeste durante 80 días, descubriendo el famoso Cañón del Colorado y que describió así Vázquez de Coronado: "Halló una barranca de un río que fue imposible por una parte, ni otra, hallarle bajada para caballa, ni aun para pie, sino por una parte muy trabajosa, por donde tenía casi dos leguas de bajada. Estaba la barranca tan acantilada de peñas, que apenas podían ver el río, el cual, aunque es, según dicen, tanto o mucho mayor que el de Sevilla, desde arriba aparescía un arroyo".
En la primavera de 1541, Vázquez de Coronado decidió seguir hacia Quivira, otro lugar mítico lleno de riquezas. Cruzó Texas, el occidente de Oklahoma y llegó a los llanos de Kansas. Allí apareció Quivira, donde según escribió: "lo que en Quivira hay es una gente muy bestial, sin policía ninguna en las casas, ni en otra cosa, las cuales son de paja, a manera de los ranchos tarascos". Coronado estaba sobre el río Arkansas, muy cerca de la actual Wichitta, donde otro español, Hernando de Soto, andaba también localizando una buena conquista. No hallando nada de interés, Coronado regresó a México.
Hernando de Soto, el personaje que nos falta, capituló con la Corona, en 1537, la conquista de una gran gobernación que comprendería las anteriormente otorgadas a Ayllón y Narváez: 200 leguas de costa norteamericana y, de ahí hacia el interior, todo lo que pudiera dominar. Soto era un experimentado conquistador de Nicaragua y Perú. En este último lugar obtuvo cien mil ducados, que enterró en la nueva empresa pensando que sería otro nuevo Perú. Reunió una enorme fuerza militar de 950 hombres, 7 navíos grandes y tres pequeños y zarpó de Sanlúcar el 6 de abril de 1538. Al recalar luego en Cuba, se le fugó gran parte de los reclutados. Con los 620 hombres restantes y 223 caballos, arribó a Tampa en 1539. Allí encontró a Juan de Ortíz, un español que había llegado con Narváez y llevaba 12 años viviendo con los indios. Ortiz le aseguró que en aquel lugar no había ninguna riqueza y Soto decidió buscarla en lugares más lejanos. Se dirigió al noroeste, cruzando el estado actual de Georgia, y luego al Oeste, por Alabama y Arkansas. El 8 de mayo de 1541 llegó al río Mississippi, que descubrió cerca de la actual Memphis. Lo bautizó con el nombre de Río del Espíritu Santo. Lo cruzó en unas balsas y continuó por Arkansas con dirección a otro pueblo mítico, Pacaha, que le desilusionó profundamente. Pensó seguir con dirección oeste para llegar a la Mar del Sur -lo que le habría convertido en el descubridor de todo el oeste- pero se perdió en Arkansas y murió el 21 de mayo de 1542. Su lugarteniente, Luis de Moscoso, echó su cadáver en las aguas del Mississippi y trató de llevar a sus hombres hacia México. Viéndose perdido regresó al Mississippi, construyó unos bergantines y navegó en ellos hasta la desembocadura del río. Luego costeó con dirección oeste y sur hasta alcanzar Panuco el 10 de septiembre de 1543. Habían pasado 4 años, 3 meses y 11 días desde que desembarcaron en Tampa. De los 620 hombres sobrevivían sólo 311. La tierra norteamericana al norte de México, donde habían fracasado Ponce de León, Ayllón, Narváez, Coronado y De Soto, fue desde entonces mal afamada y dejó de interesar a los españoles.